domingo, noviembre 26, 2006

Federico Nogara:

1. Las dictaduras latinoamericanas tuvieron como coartada de su existencia la lucha contra la subversión. ¿Cuál era el verdadero peligro de esa subversión? Que podía intentar romper la baraja tratando de imponer otro modelo económico. El objetivo real de esas dictaduras –que estaban en connivencia directa con el poder civil- era conservar el status quo. No sólo mantuvieron el capitalismo sino lo llevaron hasta las últimas consecuencias –neoliberalismo brutal- haciendo verdad aquello de que al que no le gusta la sopa le dan dos platos. Los gobiernos posteriores (“democráticos”) siguieron a rajatabla esa política. La consecuencia en el Río de la Plata (y en toda América Latina) fue el desmantelamiento del aparato productivo. Si la industria casi no existe es muy difícil poder siquiera plantearse la existencia de una “industria cultural” a cualquier nivel.España recorrió un camino diferente. De ser un país prácticamente miserable, castigado primero por un alzamiento militar que lleva a una guerra civil cruenta y luego por una larga dictadura, su ubicación geográfica (país europeo con sol y buenas playas) le posibilita posicionarse ante sus pares latinoamericanos como un neoimperialismo de segunda fila. La rápida evolución económica y su condición de país cuya industria está basada fundamentalmente en el sector terciario permiten considerar en su caso la existencia de una “industria cultural”.
2. Decía Mallarmé que para imponer el orden en una sociedad no basta con la represión, es necesario un discurso. Para que la población consiga aceptar sin rebelarse la situación actual (pobreza creciente, situaciones sin solución, guerras, agresiones, falsedades continuas, mentiras y medias verdades, etc.) se hacen imprescindibles los medios de comunicación. Esos medios de comunicación pertenecen justamente al mundo de la cultura, fueron creados para transmitir cultura en su sentido más amplio. Y la transmiten, convertida, eso sí, en cultura de masas. En España se imponen los grupos mediáticos, que tienen sus filiales en América latina.
3. Las ganancias se las quedan esos grupos mediáticos, que son, al mismo tiempo grupos de poder.
4. El fenómeno de tal “industria”, como ya dije antes, es heterogéneo. Hay que situar en el lugar de metrópolis a España, luego a países importantes para el sistema como Argentina, Brasil, México y en último lugar a sitios prescindibles como Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador. Y no debemos olvidar tampoco a Cuba, Venezuela y Bolivia por su condición de rebeldes; son las piedras lanzadas contra el sistema que éste toma y luego trata de vender.
5. El Estado siempre ha financiado prácticas artísticas. Esa financiación (o apoyo irrestricto cuando no había dinero) ha generado fenómenos tan negativos como el realismo socialista, la suma de los intelectuales al proyecto del poder económico en los años ochenta y noventa y el cambio de posición de los intelectuales españoles ante la victoria del PSOE en 1982, quienes luego de 500 años de enfrentamiento con el poder político se suman a él. Quiero decir que el Estado apoya a quien le conviene. Creo que el artista debería tener claro que esa ayuda va a condicionar su obra. Y no olvidemos que no estamos hablando de los Estados protectores de principios y mediados del siglo pasado, hoy tenemos Estados con políticas que no se diferencian de las recomendadas por las empresas privadas, en las que prima la oferta y la demanda y la ganancia económica por encima de todo (aunque el Estado pierda más dinero que antes).
6. Claro que existe, pero es una noción social totalmente negativa. La sociedad capitalista funciona sobre la idea del trabajo y su producto. Un panadero produce el pan que nos permite subsistir, un carpintero la mesa donde comemos el pan; ¿qué produce un artista? Libros, esculturas, pinturas, todos ellos elementos prescindibles, de lujo. Esa mentalidad se ha instalado con fuerza y hoy día en España –para poner un ejemplo- la gente común cuestiona a los educadores, a los profesores, a los maestros, porque no hacen nada y encima tienen muchas vacaciones. Esa crítica está ligada a la producción: unos producen elementos tangibles (el pan, los muebles) y otros intangibles y difíciles de medir como la educación y el arte –¡y encima se levantan tarde y tienen muchas vacaciones!
7. El artista vive una vida imperfecta. La sociedad ya lo ha asumido y plantea que el artista debe conformarse con las satisfacciones que le da su arte (premios, felicitaciones, artículos en los diarios) y olvidarse de los bienes materiales que genera el trabajo “verdadero”, salvo que sea de esos artistas televisivos que venden millones de libros, cuentan su vida íntima o enseñan atributos que poco tienen que ver con el arte. La mayoría de los verdaderos artistas viven de otros trabajos.
8. No existe en absoluto. El coleccionismo público siempre tiene que ver con la fama. Algunos artistas malditos aparecen a veces en alguna exposición para compensar, pero son fenómenos laterales. Para poner un ejemplo concreto me valgo de Ibsen. Este autor fue siempre muy crítico con la sociedad noruega, que lo llegó a considerar un enemigo, y cuando volvió a Oslo en su vejez, luego de vivir casi toda su vida en el extranjero, se le aisló. Hoy tiene su propio museo porque la sociedad noruega ha cambiado mucho (o no ha cambiado tanto y por eso lo mandaron al museo). Creo que la valoración de cualquier obra por parte de la sociedad es retrospectiva y el reconocimiento de un creador es póstumo (y siempre relativo).